Todos los días te veo de nuevo en la primavera del valle. Guardo en mi memoria los sonidos de tus pisadas en sus sendas y del roce con los arbustos, el olor de frescura y el color de las aguas del estanque… Siento y veo todo eso y a ti misma en una permanente neblina que te envuelve y aísla. Percibo el calor y el aroma de la leña que quemamos juntos en el cobertizo y la tristeza infinita y fría que emana de la aureola que nos separa.
He recorrido todos los caminos posibles bajo el sol y las nubes blancas que el viento dispersa, y he buscado ese nuevo prado, ese fuego y ese tiempo que quisiera cambiar, en el que enajenado todo lo anhelaba y todo lo perdí.
El amanecer me sorprende siempre abrazado a ti, envuelto en el rocío de besos mutuos antes de despedirnos apresurados. Ninguno de los dos sabía entonces que estos sueños del alba terminarían por ser deseados y amargos.
No se qué pudo llevarme a perder tu calor; qué me condujo al camino que abría la profunda herida, que falsa ilusión rompía mi vida sin que yo advirtiera que aquel vuelo enajenado me haría caer en el abismo que no vi.
Me llenaste de plenitud con tal intensidad que mi mente se desbordó buscando aún mayor gozo donde sólo había páramo y confusión. Busqué fuera de ti un mundo mayor sin saber que mi universo eras tú. No se como llenar ahora el vacío de mi existencia rutinaria. No se que sosiego busco y no deseo, porque en él no estarías tú.
Pasado un tiempo que creo infinito, colmo de nuevo la maleta, a la par que me atropellan multitud de ideas confusas, en busca de un camino o de un final incierto; la lleno sin saber con qué, ni el lugar imposible en que pudiera hallar tu plenitud. Fuera arrecia la lluvia y una cortina de agua agita las imágenes difuminadas y temblorosas de gentes que pasan. Te he visto fugaz cruzar la calle; he querido aprehenderte y he sabido al instante que el gozo y luminosa alegría de la falsa visión se tornaba en infinito desaliento, como el despertar de mis sueños.
Quisiera pactar con el destino y cambiarlo todo por ver de nuevo unos instantes tus ojos, antes de las lágrimas derramadas por la inocencia atropellada inútilmente.
Hoy regreso al valle de nuestra primavera, y desde el fondo del estanque que me reclama, veo tu rostro sin mirada que me señala el camino inexorable para el encuentro.
Manuel Sánchez Monllor